SIMBOLOS EN
TIEMPO ORDINARIO
También durante el Tiempo Ordinario, tanto la
liturgia como sobre todo la piedad popular, ejercitan una creatividad que
produce una notable variedad de formas de celebración y veneración.
La procesión del Corpus, por las calles de una
población o dentro de la iglesia o en su plaza adyacente, ciertamente es una
tradición que, aunque sólo provenga del siglo XIII, ha arraigado hondamente en
el pueblo cristiano y le ayuda a expresar su gratitud y su veneración hacia el
Señor que se ha querido hacer Eucaristía para nosotros.
A eso se unen a lo largo del año otras formas de
adoración eucarística, desde la visita personal al sagrario, y la exposición
sencilla del Señor, o la exposición más prolongada, hasta la adoración nocturna
una vez al mes o la adoración perpetua en algún templo especial.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, nacida hace
dos o tres siglos, también se ha consolidado mucho, con actos de consagración
personal o familiar o incluso social, y la práctica de los nueve primeros
viernes, ideada sobre todo en unos tiempos en que había que favorecer la
recuperación de la comunión, que aparecía muy disminuida.
Finalmente, las formas de expresar la devoción a los
santos y, sobre todo, a la Virgen María son muy variadas: las fiestas mismas,
sus novenas o triduos, la práctica del Angelus una o tres veces al día, el
Rosario, ahora también con los misterios de la luz, referentes a la vida
pública de Jesús, junto con los escapularios y medallas que concretan nuestro
recuerdo y nuestra devoción a la Madre del Señor.
Toda una escuela de lengua verbal y no verbal, la de
la liturgia y la de la piedad popular, para ayudar al pueblo cristiano a
expresar y alimentar su fe.