LA GRACIA SANTIFICANTE
«Somos hijos de Dios —exclamaba San Pablo—; y,
siendo hijos, somos también herederos: herederos de Dios y coherederos con
Cristo».
Y en su magnifico sermón del areópago insiste
en que somos de la raza de Dios: Siendo, pues, linaje de Dios... Hch 17,19.
Esta misma verdad hace resaltar Santo Tomás
cuando, comentando la expresión de San Juan «ex Deo nati sunt», escribe: «Esta
generación, por cuanto es de Dios, nos hace hijos de Dios (Suma, comentario al
evangelio de Juan 1,13).
I. NATURALEZA DE LA GRACIA SANTIFICANTE
La gracia es aquello que nos eleva y constituye
en el orden sobrenatural. Está mil veces por encima de todas las cosas naturales,
trascendiendo y rebasando la naturaleza toda y haciéndonos entrar en la esfera
de lo divino e increado. Santo Tomás ha podido escribir que la más mínima participación
de la gracia santificante, considerada en un solo individuo, supera y
trasciende el bien natural de todo el universo.
Con qué persuasiva elocuencia trata de
inculcarlo en el alma de sus oyentes el gran San León Magno:
«Conoce, cristiano, tu dignidad y, hecho
participe de la divina naturaleza, no quieras volver a la vileza de tu antigua
condición»
SAN LEÓN MAGNO, Serm. 21 c.3: M L 54,192.
Ahora bien: entre los efectos de la gracia ocupan lugar
de preferencia, por su trascendencia soberana, los tres que señala San Pablo en
su Epístola a los Romanos:
«Que no
habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis
recibido el espíritu de adopción por el que clamamos: |Abba, Padre! El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos,
también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo» (Rom. 8,15-17).
Apoyados en este sublime texto paulino, vamos a señalar
los efectos que produce en nuestras almas la gracia santificante.
1. La gracia nos
hace verdaderamente hijos adoptivos de Dios.
Para ser padre es preciso transmitir a otro ser la propia
naturaleza especifica. El artista que fabrica una estatua no es el padre de
aquella obra inanimada, sino únicamente el autor. En cambio, los autores de
nuestros días son verdaderamente nuestros padres en el orden natural, porque
nos transmitieron realmente, por vida de generación, su propia naturaleza
humana.
¿Es esta filiación natural de Dios la que se nos comunica
por la gracia santificante? De ninguna manera. Dios Padre no tiene más que un
solo Hijo, según la naturaleza: el Verbo Eterno. Sólo a El le transfiere
eternamente, por una inefable generación intelectual, la naturaleza divina en
toda su infinita plenitud. En virtud de esta generación natural, la segunda
persona de la Santísima Trinidad posee la misma esencia divina del Padre, es
Dios exactamente como El. Por eso, Cristo, cuya naturaleza humana está
hipostáticamente unida a la persona del Verbo, no es hijo adoptivo de Dios,
sino hijo natural en todo el rigor de la palabra.
Nuestra filiación divina por medio de la gracia
es de muy distinta naturaleza. No se trata de una filiación natural, sino de
una filiación adoptiva.
La adopción consiste en la admisión gratuita de
un extraño en una familia, que le considera en adelante como hijo y le da
derecho a la herencia de los bienes. La adopción humana exige tres condiciones:
a) Por parte del sujeto, la naturaleza humana,
porque se requiere una semejanza de naturaleza con el padre adoptivo. Nadie
puede adoptar una estatua o un animal.
b) Por parte del adoptante, un amor gratuito y
de libre elección. Nadie tiene derecho a ser adoptado, y, por lo mismo, nadie
tiene obligación de adoptar.
c) Por parte de los bienes es menester un
verdadero derecho a la herencia del padre adoptivo; de lo contrario, la
adopción seria puramente ilusoria y ficticia.
Ahora bien: la gracia santificante nos confiere
una adopción divina que, realizando plenamente todas estas condiciones, las
rebasa y supera con mucho, porque:
Nos infunde la sangre de la familia.
2. Nos
hace hermanos de Cristo y coherederos con El
Dice San Agustín, «el que dice '"Padre
nuestro» al Padre de Cristo, ¿qué le dice a Cristo sino «hermano nuestro»?.
Por el hecho mismo de que la gracia nos
comunica una participación la vida divina que Cristo posee en toda su plenitud,
es forzoso que vengamos a ser hermanos suyos. Quiso hacerse nuestro hermano
según la humanidad Para hacernos hermanos suyos según la divinidad.
Dios nos ha predestinado afirma San Pablo—para
«ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre
muchos hermanos».
Ciertamente que no somos hermanos de Cristo según la
naturaleza, ni somos hijos de Dios en la forma misma con que lo es El. Cristo
es el primogénito entre sus hermanos, pero también el Hijo unigénito del Padre.
En el orden de la naturaleza es Él el Hijo único; pero en el de la adopción y
la gracia es El nuestro hermano mayor, a la vez que nuestra Cabeza y la causa
de nuestra salud.
Por esta razón el Padre se digna mirarnos como si fuésemos
una misma cosa con su Hijo.
Nos ama como a El,
lo tiene por hermano nuestro y nos confiere un título a su misma herencia.
3. Nos hace
coherederos con Cristo
Somos coherederos de Cristo. El tiene derecho natural a
la herencia divina, ya que es el Hijo, «a quien constituyó heredero de todo,
por quien también hizo el mundo» Hbr 1,2.
Por esta razón el Padre se digna mirarnos como
si fuésemos una misma cosa con su Hijo.
El Padre
nos ama como a Cristo, lo tiene por hermano nuestro y nos confiere un título a
su misma herencia.
Somos coherederos de Cristo.
Cristo tiene derecho natural a la herencia
divina, ya que es el Hijo:
«A quien constituyó heredero de todo, por
quien también hizo el mundo» Hbr 1,2.
Ahora bien: «convenía que aquel para quien y por quien
son todas las cosas, que se proponía llevar muchos hijos a la gloria,
perfeccionase por las tribulaciones al Autor de la salud de ellos.
Porque todos, así́ el que santifica como los
santificados, de uno solo vienen, y, por tanto, no se avergüenza de llamarlos
hermanos, diciendo:
Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la
asamblea te alabaré» Hbr 2, 10-12.
Por esta causa, esos hermanos de Cristo han de compartir
con Él el amor y la herencia del Padre celestial. Dios nos ha modelado sobre
Cristo: nosotros somos con El los hijos de un mismo Padre que está en los
cielos. En definitiva, todo acabará realizándose el supremo anhelo de Cristo:
que seamos uno con El, como El es uno con el Padre
celestial Jn 17, 21-24.
4. Nos
da la vida sobrenatural.
Esa participación física y formal de la
naturaleza misma de Dios, que constituye la esencia misma e la gracia—rebasa y
transciende infinitamente el ser y las exigencias de oda naturaleza creada o
creable, humana o angélica. Con ella se eleva el hombre, no ya sobre el plano
de lo humano, sino incluso sobre la misma naturaleza angélica. Entra en el
plano de lo divino, se hace como de la familia la que se establece entre Dios y
un alma que acaba de ser justificada por la infusión de la gracia en su grado ínfimo.
Hay entre una y otras una diferencia de grado, pero dentro de la misma línea
substancial. ¡Tal es la inconcebible altura a que nos eleva la simple posesión
del estado de gracia!
5. Nos
hace templos vivos de la Santísima Trinidad.
—Es una consecuencia de todo cuanto venimos
diciendo, que consta expresamente en la divina revelación. El mismo Cristo se
dignó revelarnos el misterio inefable:
«Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada» Jn 14,23.
Es la realidad increada, rigurosamente
infinita, que lleva consigo inseparablemente la gracia santificante.