- musica sagrada

Buscar
Vaya al Contenido

Menu Principal:

Espíritu Santo
Lección 1

El Espiritu Santo


El gran desconocido, le llaman  grandes teólogos, y quizá es la experiencia de muchos hombres y mujeres el sentir que no conocen lo suficiente a quien es la tercera persona de la Santísima Trinidad; además de no comprender que hace, cual es la labor del Espíritu Santo en nuestra vida.
 
¿Quién es el Espíritu Santo?
 
En esta lección haremos una primera aproximación al Espíritu Santo, lo contemplaremos todavía de una forma lejana, para ir acercándonos de una manera progresiva al conocimiento intelectual y espiritual, que se traducirá en una experiencia de oración e intimidad del Santificador, el Espíritu Santo que Dios nos ha dado.
 
Pasos:

Ejercicio mental 1
Ver video
Leer y meditar el texto, profundizando en los textos bíblicos
Después de unos días de meditación y contemplación, podrás pasar a la lección 2


En este primer tema vamos a comenzar a definir algunos rasgos del Espíritu Santo que iremos profundizando en las siguientes lecciones. Te invitamos a ver el siguiente video
         Medita el siguiente texto:

El Dogma de la Santísima Trinidad nos enseña que hay un solo Dios en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Espíritu Santo es, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del Hijo, no por vía de generación, sino en virtud de una corriente mutua e inefable de amor entre el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por una sublime expiración de amor.

         "El Padre se mira con una mirada única, plena, infinita; con una mirada que, para hablar en nuestro pobre lenguaje humano, abarca toda la opulencia y la riqueza de la divina realidad" "Con esa mirada fecundísima, engendra al Verbo en los esplendores de la Santidad; al Verbo que es su palabra única, inefable, infinita; al Verbo, que es el esplendor de su gloria y la figura de su sustancia:

         "El Padre y el Hijo se aman con un amor infinito también y amándose, espiran al Amor eterno. al Espíritu Santo, que consuma el misterio de la vida divina, que enlaza al Padre y al Hijo en una unidad de que nos habla constantemente la Iglesia en su liturgia cuando dice: En la unidad del Espíritu Santo"[1]
 
DULCE HUÉSPED DEL ALMA
 
         “Dios no tiene sino un ideal”[2]. Es Jesús. Por ello el ideal es reproducir a Jesús en las almas. Para ello el Espíritu Santo entra en las profundidades de las almas, hace de ellas su morada permanente. Al tiempo que las posee. La Sagrada Escritura atribuye esta habitación de las almas al Espíritu Santo.[3]

"No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros" 1 Cor 2,16.

Sin esta habitación del Espíritu Santo en nosotros no podemos ser Cristo:

"Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ese no es de Él" Rom 8,9.

Hay una unión muy estrecha entre El Espíritu Santo y la caridad, de tal manera que al habitar en nosotros derrama la caridad. La razón profunda de que Dios habite en nosotros, que permanezca en nosotros, y nosotros en él, es el amor[4]:

"La caridad se ha derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos dio" Rom 5,5.

         El conocimiento hace que Dios habite en nosotros como en su templo, el conocimiento experimental que llamamos sabiduría y que procede del amor y produce amor. San Agustín afirma: "El Hijo es enviado, cuando es conocido y percibido por alguno. Mas la percepción significa noticia experimental. Y esta propiamente se llama sabiduría"[5].

         Los dones divinos que pertenecen al entendimiento nos asemejan al verbo de Dios que es la Sabiduría engendrada por el entendimiento del Padre[6].
 
EL DIRECTOR SUPREMO
 
         El Espíritu Santo que es el Dulce Huésped del alma, extiende su influencia bienhechora a todo el ser humano, con su divina actividad de transformación, pone en cada una de las facultades humanas dones divinos, para que todo el hombre reciba, por sus inspiraciones, su influjo vivificante en la inteligencia "facultad suprema del espíritu de la que irradia la luz y el orden sobre todo el ser humano"[7]. "Por medio de estos dones, el Espíritu Santo mueve a todo el hombre, se convierte en director de la vida sobrenatural, más aun, es "alma de nuestra alma y vida de nuestra vida"[8].

         Para llegar a "reproducir a Jesús en las almas", es necesaria la dirección del Espíritu Santo, es el "Maestro íntimo de las almas"[9], lo enseña todo comunicando a la inteligencia misma una luz nueva, la luz divina, así lo enseño Jesús:

"El paráclito Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, 
Él os enseñará todas las cosas y so sugerirá todo lo que yo os he dicho"[10]. Jn 14,26

"Su unción os enseñará acerca de todas las cosas"[11] San Juan de la Cruz.

Esta luz del Espíritu Santo es acción, "toma nuestras facultades y las mueve 
y las guía de manera tan firme que no se desvíen"[12].

         Esta acción de mover nuestras facultades todas resume toda la dirección, toda la obra del Espíritu Santo en el alma, es como el Alma de nuestra alma[13]. Los siete dones son capacidades divinas que hacen a nuestras facultades aptas para recibir la moción del Espíritu, el influjo celestial de este Huésped de nuestra alma se llama inspiración, su acción impulsa nuestra vida hacia el cielo, limpia, suaviza, rectifica, consuela, refrigera[14], secuencia de pentecostés, pero sobre todo, sopla, impulsa, mueve lo que encuentra y lo lleva a donde ella misma esta.

         Sin esta dirección del Espíritu Santo no hay santidad, "el grado de perfección de un alma se mide por su docilidad al movimiento del Espíritu". San Pablo expresa esta acción del Espíritu:
"Todos los que son movidos por el Espíritu son hijos de Dios"[15].

Pablo señala un nexo misterioso entre la moción del espíritu y la Filiación; Por el Espíritu Santo nos hacemos hijos de Dios y porque somos hijos de Dios, somos movidos por el  Espíritu Santo, el cual es llamado en la Escritura:

 "Espíritu de adopción, de los hijos, en el que clamamos, Abba Padre, 
porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios"[16].

En resumen, somos hijos de adopción, porque hemos recibido al Espíritu Santo[17], Y así "este Espíritu de Dios, hecho nuestro por el misterio de nuestra adopción, mueve y dirige nuestra vida a la eternidad"[18].

 
EL DON DE DIOS
 
         "Nuestra primer intimidad es con el Espíritu Santo, porque Él es el primer Don de Dios, el Don por excelencia"[19].

         El Espíritu Santo vive en nosotros para ser poseído por nosotros, este es el Don de Dios por excelencia. Cuando se habla del Espíritu Santo en la Escritura casi siempre se emplea el verbo dar[20]:

"Yo rogare al Padre y os dará otro Paráclito" Jn 14,16.

"En esto conocemos que permanecemos en El y El en nosotros, porque nos dio de su Espíritu" 1 Jn 4,13.

"La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos dio" Rom 5,5.

Aunque también se menciona que Dios nos dio a su Hijo, el nombre de Don tiene un sentido propio del Espíritu Santo:

"Es propio del amor dar dones; pero su primer don, su don por excelencia, es el amor mismo. 
El Espíritu Santo es el Amor de Dios, por eso es el Don de Dios"[21].

         A esta donación de Dios, corresponde nuestra posesión, esta es propia del amor, "el amor que inicia es ansia de posesión, el amor perfecto es gozo de posesión, el amor que se  consuma es abismo de posesión"[22]. En el amor divino se posee necesariamente al que se ama, es decir a Dios mismo.

         Esta intimidad la tiene el alma que está en gracia, esta intimidad se funda en la caridad, que es una disposición para recibir al Espíritu Santo y una asimilación con él. Poseer a alguna persona divina es un don que emana de la gracia, y que asimila nuestra alma con la persona que poseemos. "Para que alguna Persona divina sea enviada a alguno por la gracia, es necesario que haya asimilación de aquel a la Divina Persona que es enviada por algún don de la gracia. Y como el Espíritu santo es amor, por el don de la caridad el alma se asimila al Espíritu Santo"[23]

Santo Tomas afirma: 
"Por la gracia no solo puede el alma usar libremente del don creado, sino también gozar de la misma Persona Divina"[24]

La Persona Divina solo puede ser poseída por la criatura racional unida a Dios, pero no la posee por sus propias fuerzas, sino que debe dársele desde arriba[25]:

         El Espíritu Santo es nuestro y podemos gozar de Él, y usar de sus efectos, 
"esta es nuestra potestad usar de Él; podemos gozar de El cuanto queramos"[26]

No vive con nosotros, sino en nosotros, se nos da, se nos entrega, nos hace Don de sí mismo para que dispongamos a nuestro arbitrio de este Don, esto es gozarlo, porque este es el fin supremo de nuestro ser[27]. 

Gozar de Dios es conocerlo y amarlo, porque solamente pueden tocarlo nuestras facultades superiores[28]. Para lograr este conocimiento son necesarios sus mismos dones. Gozar del Espíritu Santo es conocer, Si conocieras el Don de Dios decía Jesús a la Samaritana. Este conocimiento es la santidad, es la unión, la madurez de la unión, esta es precisamente la obra del Espíritu Santo en las almas:

 "El alma participa de tal modo del Verbo Divino y del amor que de Él procede que puede libremente conocer a Dios con un conocimiento íntimo y verdadero y amarlo con recto y profundo amor. Entonces el alma es toda de Dios y Dos todo del alma. Entonces Dios obra en el alma como se obra en lo que nos pertenece por  completo, y el alma goza de dios con la confianza, con la libertad, en la dulce intimidad con que disponemos de lo nuestro"[29].

Medita este texto y llevalo a tu oración personal durante algunos dias, y después puedes iniciar la lección 2.

[1] Cfr. MARTINEZ. El Santificador. Ed. La Cruz, México  p.11-12.
[2] MARTINEZ. Verdadera, p. 14
[3] cfr. MARTINEZ. Verdadera, p. 15
[4] Idem. 18
[5] En MARTINEZ. Verdadera, p.  p 19
[6] Cfr. Ibídem 19
[7] Idem. 21
[8] Idem 22
[9] Idem. 22
[10] Jn 14,26
[11] San Juan de la Cruz en verdadera 22
[12] MARTINEZ. Verdadera, p.  23.
[13] Cfr. MARTINEZ. Verdadera, p. 24.
[14] Secuencia de Pentecostés
[15] Cfr. MARTINEZ. Verdadera, p.  27.
[16] cfr. Idem, p. 27.
[17] Cfr. Idem, p. 27.
[18] Idem, p. 28.
[19] Idem, p. 38.
[20] Cfr. MARTINEZ. Verdadera, p.  29.
[21] MARTINEZ. Verdadera, p.  30.
[22] Ídem, p. 30.
[23] Ídem, p. 31.
[24] Cfr. MARTINEZ. Verdadera, p.  32.
[25] Cfr. Ibídem, p. 32.
[26] Idem, p. 33.
[27] Cfr. MARTINEZ. Verdadera, p.  33.
[28] Cfr. Ibídem, p . 34
[29] Idem, p. 36.
 
 
Regreso al contenido | Regreso al menu principal