CONTENIDO DEL
TIEMPO ORDINARIO
Presenta valores que nos
pueden ayudar mucho en nuestra vida cristiana:
Ø Nos
ayuda a ir viviendo el misterio de Cristo en su totalidad,
Ø Nos
acompaña en la tarea de crecimiento y maduración de lo que hemos celebrado en
la Navidad y en la Pascua,
Ø Nos
ofrece la escuela permanente de la Palabra bíblica, organizada en los varios
leccionarios,
Ø Nos
hace descubrir la gracia de lo ordinario: encontramos a Dios también en los
acontecimientos diarios,
Ø Nos
ayuda a vivir la vida cotidiana como tiempo de salvación: el «chronos», el
tiempo inexorable, se va llenando de «kairós», los tiempos y encuentros de
gracia.
El espíritu del Tiempo
Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI dominical:
«En ti vivimos, nos movemos y existimos;
y, todavía peregrinos en este mundo,
no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor,
sino que poseemos ya en prenda la vida futura,
pues esperamos gozar de la Pascua eterna,
porque tenemos las primicias del Espíritu
por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos».
LAS LECTURAS EN EL TIEMPO ORDINARIO
Las variadas lecturas que
ofrecen. Tanto los libros del AT como los del NT y sobre todo los evangelios,
leídos prácticamente en su totalidad, son nuestro alimento diario, nuestra luz:
en ellos Dios nos va enseñando sus caminos para que nuestra vida de cada día
sea más conforme a su mentalidad y proyecto salvador.
Durante estas semanas, las
dos lecturas de cada día no tienen unidad temática. Van cada una por su cuenta.
Leemos, por ejemplo, durante una semana el libro de Tobías y a la vez vamos
siguiendo el evangelio de Marcos. Ambas lecturas, de un modo semicontinuo.
Lo importante es que la
Palabra que escuchamos y meditamos vaya transformando nuestra vida. Porque fue
escrita y es proclamada con esa intención.
Podemos pensar en una
división siguiendo la lógica de los evangelios:
Ø Semanas
1-9, aunque estén interrumpidas por la Cuaresma-Pascua, tienen entre sí una
unidad: van cambiando los libros que leemos del AT y del NT como primera
lectura, pero son las semanas en que leemos el evangelio de Marcos;
Ø Semanas
10-21, en que, alternando con diversas lecturas del AT y del NT, escuchamos al
evangelista Mateo,
Ø La
lectura de Lucas, en las semanas 22-34.
TEOLOGIA DEL
TIEMPO ORDINARIO
El día como presencia de Cristo
Parte el valor del tiempo cristiano, que en
cualquier momento tiene su referencia total al misterio de Cristo y la historia
de la salvación.
Para los cristianos cada día -desde la mañana hasta
la noche- tiene un sentido cristológico; y por eso, en cada una de las horas de
la oración de la Iglesia hay, junto con la dimensión cósmica, una memoria
salvífica referida a lo que aconteció en esos momentos:
Ø La mañana trae la memoria de la resurrección;
Ø La hora de tercia recuerda la venida del Espíritu
Santo;
Ø La hora de sexta puede recordar la Ascensión;
Ø La de nona, la crucifixión y muerte del Señor;
Ø La de vísperas, el sacrificio vespertino de la cruz
y de la cena; o también, la tarde del día de Pascua con la oración confiada de
los discípulos de Emaús: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya
declina» (Le 24,29);
Ø La noche nos hace entrar en la espera escatológica
del Señor, mientras confiamos al sueño nuestros cuerpos fatigados, tras haber contemplado
un día más la salvación.
Estas motivaciones que ofrecen del día cristiano un
sentido pascual pleno, quedan fijadas con diversos argumentos, simbolismos y
evocaciones ya en la primera mitad del siglo III para toda la Iglesia. Por eso
dentro de la sobriedad de lo cotidiano, cada día es para los discípulos del
Señor una pascua cotidiana.
En efecto, cada día, como la Iglesia nos lo propone
en su oración cotidiana, es un tiempo lleno de la memoria de Cristo, hecho
sacrificio espiritual de la Iglesia y de los cristianos.
La pascua cotidiana de la Eucaristía
Pero en el centro de la experiencia cotidiana está
la celebración de la Eucaristía que es siempre celebración, memorial, presencia
y comunión del misterio de Cristo Crucificado y Resucitado. Podemos incluso
decir que la aparente monotonía del único sacrificio eucarístico, celebrado
todos los días, es precisamente lo que da valor a cada jornada del cristiano y
la convierte en pascua cotidiana, como ya decían en su tiempo los Padres de la
Iglesia para que los cristianos no quedasen con insaciable nostalgia de Pascua.
Decía san Juan Crisóstomo: «La Cuaresma se hace sólo
una vez al año; sin embargo la Pascua se celebra tres veces a la semana o tal
vez cuatro, o mejor cada vez que lo queremos. Pascua no consiste en el ayuno,
sino en la oblación y en el sacrificio que se realiza en cada
celebración...Cada vez que con conciencia pura te acercas a la Eucaristía,
celebras la Pascua, porque Pascua es anunciar la muerte del Señor» (PG 48,867).
El mismo recordaba a los cristianos, al pasar del tiempo pascual al tiempo
ordinario, que «cada asamblea es una fiesta» por la presencia del Señor en
medio de sus fieles (PG 54,669). San Agustín habla de la «celebración cotidiana
de la Pascua» en la Eucaristía.
La Eucaristía aparece, pues, como el viático
cotidiano en la historia monótona y ferial de los hombres, la Pascua diaria que
da sentido pleno al trabajo y al descanso, a la enfermedad y a la muerte, al
gozo y a la esperanza del cristiano. Así lo canta un hermoso texto de la
liturgia actual, el VI prefacio dominical del tiempo ordinario: «En ti vivimos,
nos movemos y existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo
experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en
prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos
las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los
muertos».
Sin embargo, podemos decir que la realidad cotidiana
nos ofrece el todo de la Eucaristía y su tremenda monotonía, envuelta en la
inmensa variedad de la palabra de Dios, siempre nueva cada día. Se trata en
realidad de una preciosa y paradójica monotonía, que nos dice que Dios no tiene
más que decirnos y que darnos que el misterio pascual de su Hijo. Así el
misterio de la Pascua cotidiana se conjuga con la riqueza y variedad de la
oración y de la palabra, con la sinfonía de aspectos del misterio de Cristo que
se proclaman y que se oran en la Iglesia y que son como el comentario que jamás
se agota del misterio insondable de Cristo.
Feliz espacio de la palabra y de la oración, de la
Eucaristía de Cristo y de la vida de la Iglesia, el tiempo ordinario es tiempo
del Señor, tiempo fuerte de la perseverancia en el que se profundiza y asimila
en el misterio de los cristianos el misterio pascual de Cristo.