GENEROS DE MUSICA SAGRADA
La Iglesia no excluye ningún género de música siempre y cuando responda al espíritu de la misma. (MS n. 9; SC n.116).
Por Música Sagrada se entiende:
- El canto gregoriano.
- La polifonía Sagrada.
- La música Sagrada Moderna.
- La Música Sagrada para Órgano.
- El Canto popular Religioso.
EL CANTO GREGORIANO: Que lleva su nombre por el Papa Gregorio Magno que ordenó y seleccionó los cantos para las celebraciones. En el canto gregoriano la letra es más importante que la música, pues ésta solo reviste el texto. El canto gregoriano es monódico, esto se refiere a que se canta a una sola voz, y tiene ocho modos, a diferencia de la música moderna que solo tiene dos, mayor y menor. La única alteración que ocupa es la de Si bemol, cuando se usa la notación cuadrada.
El canto gregoriano es tenido como el canto propio de la liturgia Romana (SC n.116; MS n. 50 a; DMS n.16; MSD n.13; TS n.3; OPMS n.17; SCa n. 42) pues se ajusta a las palabras, interpreta su fuerza y eficacia, destila suavidad en las almas; sus melodías son de inspiración artística, sublime y santa. (Cfr. MSD n.13).
LA POLIFONÍA SAGRADA: Se entiende el canto a varias voces y sin acompañamiento de instrumento musical, este tiene origen en la Edad media, uno de los compositores más notables de este género es Giovanni Pierluigi Palestrina, el cual compuso un centenar de misas, trescientos motetes de dos a cuatro voces tres libros de Magnificat, salmos e himnos.
LA MÚSICA SAGRADA MODERNA: Esta es la música a varias voces que no excluye los instrumentos musicales, esta debe estar directamente destinada al uso litúrgico, y es necesario que en ella se sienta la piedad y el espíritu religioso. Ésta no se debe confundir con la música profana. La música moderna se admite sólo cuando las composiciones tengan bondad y seriedad y no contengan cosas profanas ni muevan a recordar otras músicas teatrales o mundanas. (Cfr. TS n.5).
LA MÚSICA SAGRADA PARA ÓRGANO: Ésta es la música que es compuesta únicamente para ese instrumento, el órgano es el instrumento tradicional de la Iglesia (SC n. 120) y el que se acomoda a la liturgia (MSD n.18) Esta música pude ser ejecutada en las acciones litúrgicas, pues ayudan a solemnizar la santa liturgia.
EL CANTO POPULAR RELIGIOSO: Es el nacido espontáneamente del sentido religioso, del que el hombre ha sido dotado por su creador, este fomenta la piedad de los fieles y los ejercicios piadosos a si como las acciones litúrgicas mismas. (DMS n. 9) el objetivo del canto popular es unir al hombre con Dios.
EL CANTO DE LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
Entendamos por celebración litúrgica: “El ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, en el cual se significa la santificación de los hombres por signos sensibles y se realizan según la manera propia de cada uno de ellos, al par que se ofrece integro el culto público a Dios por parte del cuerpo místico de Jesucristo, es decir la cabeza y los miembros. Este culto se tributa cuando se ofrece en el nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia.” (CIC c.834). Podemos decir entonces que una celebración litúrgica es: “una acción sagrada, que fue instituida por Cristo, como la misa; o por la Santa Iglesia, como el oficio divino; que se hace por personas que la Iglesia a designado; ajustándose a las Fórmulas mandadas; que se contiene en los libros aprobados por la Iglesia; y son para darle culto a Dios, a la Virgen, o a los Santos” (CIC 1917 c.1256) a estas también podemos incluir los sacramentos y la bendición con el santísimo Sacramento. En estas acciones el canto y la música son propios, y a estos les llamamos cantos Litúrgicos.
El Vaticano II imprimió un nuevo giro a la reflexión y a la práctica del canto y de la música en la liturgia. El movimiento litúrgico de comienzos de siglo XX, realizó una gran tarea de renovación musical en torno a la consideración de la música sagrada «como parte integrante de la liturgia solemne». La música debía tener las siguientes cualidades: santidad, bondad de las formas y universalidad. Sin embargo, estas ideas, unidas a un concepto de liturgia marcada por el inmovilismo y la uniformidad del latín, no prosperaron. La música sagrada se reducía al canto gregoriano y a la polifonía sacra, de manera que la música «moderna» y el canto popular estuvieron excluidos de la liturgia hasta los años anteriores al Concilio.
La perspectiva cambió con la constitución Sacrosanctum Concilium. Aunque todavía se usa la expresión «música sagrada», el Concilio propone unas líneas fundamentales que hay que entender dentro del conjunto de toda la doctrina conciliar sobre la liturgia. El punto de partida ya no es la música sagrada, sino el misterio de salvación celebrado por la Iglesia como un acontecimiento vivo que santifica a los hombres y contribuye al culto que se da al Padre. De ahí que, en la preocupación por el canto y la música en la liturgia, se situaran en primer término la autenticidad de la celebración y la participación de los fieles. Liturgia y música forman parte de una misma acción expresiva y simbólica en la que ha de participar toda la asamblea, en función del diálogo entre Dios y su pueblo.
De hecho se ha abandonado poco a poco la expresión «música sagrada» y se usan cada vez más las expresiones música en la liturgia, música de la liturgia cristiana, música litúrgica y música ritual. La última expresión es muy precisa y ha sido definida así por el Documento de 1980 de la Asociación Universa Laus: «Por música ritual entendemos toda práctica vocal e instrumental que, en la celebración, se distingue tanto de las formas habituales de la palabra hablada como de los sonidos o ruidos ordinarios»[1]. A esta definición hay que añadirle un aspecto muy importante, y que consiste en que la música vocal e instrumental ha de estar «adornada de las debidas cualidades» para la celebración (cf. SC 112), es decir, ha de ser apta para la finalidad de la liturgia. En efecto, aunque el Vaticano II no quiso hacer suyo ningún estilo artístico y abrió a la Iglesia a todas las formas de expresión estética (cf. SC 123), señaló también que habían de ser «dignas, elegantes y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales» (SC 122) y, en el caso de los géneros de música, «que respondan al espíritu de la acción litúrgica » (SC 116).
Por esto, es preferible hablar de música litúrgica, entendiendo por tal la música que, además de los valores propios del arte musical, se integre en la celebración como vehículo expresivo y comunicativo de los fines propios de la liturgia. En este sentido cabe interpretar las cualidades que se señalaban en la música sagrada: la santidad será la capacidad de interpretar la fuerza del misterio de salvación y la respuesta del hombre; la bondad deformas será sencillamente la calidad estética que eleva el espíritu; y la universalidad será la expresión de la unidad en la legítima diversidad.
FUNCIONES DEL CANTO Y DE LA MÚSICA EN LA LITURGIA
Las funciones del canto y de la música en la liturgia se definen por sus características, puestas al servicio de los fines de la liturgia.
1. Características
Entre las características antropológicas del canto y de la música, destacan las siguientes:
1. El canto es expresión del mundo interior del hombre, es decir, de sus sentimientos, vivencias, deseos e ideas. Es un medio de expresión universal más intenso aún que la palabra, un lenguaje que está presente en todas las épocas y culturas de la humanidad. En el canto los sentimientos se manifiestan en un estado más puro y no se difuminan tan rápidamente. Por otra parte, el canto y la música envuelven al hombre, llegando a lo más hondo de la persona y comprometiendo las zonas más profundas de la emotividad y del sentimiento. Por este motivo «no ha de ser considerado el canto como un cierto ornato que se añade a la oración, como algo extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios, y pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria del culto cristiano» (OGLH 270).
2. Expresión poética. El paso de la palabra al canto se produce, generalmente, a través de la función poética del lenguaje. Por medio del canto la palabra alcanza una fuerza significativa mayor, ganando en expresividad y en belleza. La palabra hablada y el canto son dos modos diversos de expresión. Cuando se habla, de suyo lo más importante es lo que se dice, o sea, la comunicación de una idea o de un concepto. Sin embargo, el canto no se queda en esta finalidad práctica y, en cierto modo, utilitaria. Lo mismo que la poesía, el canto contiene un mensaje en sí mismo, es una acción que se justifica por sí sola.
3. El canto crea comunidad, es decir, une y refuerza los vínculos de un grupo y es un signo de comunión. Cantar crea una atmósfera de sintonía, por encima de individualismos y diferencias de cualquier tipo. El que canta sale de su aislamiento interior y se pone en actitud de comunicarse; renunciando al propio tono de voz y al propio ritmo, se acomoda al tono y al ritmo que exige el canto y contribuye a la unidad del grupo. Los Santos Padres comparaban a la Iglesia con un arpa en la que cada cuerda da su propio sonido, pero suena una sola melodía: «mediante la unión de las voces se llega a una más profunda unión de corazones».
4. Ambiente de fiesta. Los valores señalados antes convergen todos en este último, es decir, en la fiesta como atmósfera que ha de envolver toda la celebración. En este contexto, el canto sirve para liberar sentimientos, normalmente inhibidos; la dimensión poética contribuye fuertemente a crear un clima agradable, y los aspectos comunitarios del canto provocan también un sentimiento gozoso común. En la celebración «hay que esforzarse en primer lugar porque los espíritus estén movidos por el deseo de la genuina oración de la Iglesia y resulte agradable celebrar las alabanzas divinas» (OGLH 279).
PAPEL DE LA MÚSICA LITURGICA EN LA CELEBRACIÓN
El Concilio Vaticano II ha contribuido decisivamente a clarificar el papel del canto y de la música en la celebración hablando de su «función ministerial» al servicio de la liturgia (cf. SC 112), expresión análoga a la del «noble servicio» del arte (cf. SC 122). Esta función está unida a la función simbólica o «sacramental».
1. Función «sacramental» del canto y de la música. El canto y la música expresan y realizan las actitudes internas de quienes integran la asamblea. Por una parte responden y dan salida al exterior a los sentimientos, y por otra ayudan a interiorizarlos y a consolidarlos para traducirlos después en la vida. En este sentido constituyen un verdadero signo de la acción del Espíritu enviado a los corazones de los fieles para que invoquen al Padre (cf. Rom 8,15.23.26-27), y que inspira los salmos, las aclamaciones y los himnos (cf. Ef 5,18-19). El canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más significativa cuanto "más estrechamente estén vinculados a la acción litúrgica" (SC 112), según tres criterios principales:
- La belleza expresiva de la oración.
- La participación unánime de la asamblea en los momentos previstos.
- El carácter solemne de la celebración.
Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles.
2. Función ministerial. Si la liturgia entera es «ministerial» y todo tiene en ella una misión o una función de «noble servicio», el canto y la música no son una excepción. En efecto, como los restantes signos litúrgicos, no solamente están al servicio de la expresión y de la comunicación, sino, ante todo, del misterio de Cristo y de la Iglesia en su realización ritual. Dicho de otro modo, la razón de ser del canto y de la música en la liturgia se encuentra en el servicio a la acción litúrgica.
Ahora bien, esta función se concreta, desde el punto de vista teológico, en tres aspectos esenciales: el revestimiento de la Palabra divina y de la respuesta del hombre, en el diálogo entre Dios y su pueblo; el favorecer la unidad y la comunión de la asamblea, como signo de una profunda sintonía espiritual, y el constituir en sí mismos un rito, como se verá a continuación.
LA VERDERA SOLEMNIDAD
La música le confiere solemnidad a la liturgia, pero hay que entender de forma clara a que nos referimos cuando hablamos de "solemnidad", ya que descubrimos un sentido ambiguo a esta expresión.
Evoca una celebración espectacular, deslumbrante, llena de esplendor y magnificencia, en la que se quiere dar un matiz de grandiosidad. Esta magnificencia no satisface al hombre de hoy, que busca mas los valores auténticos que la ostentación.
Solemnidad es sinónimo de "festividad", un grupo de personas, aun procediendo de diversos ambientes sociales, se reúnen en comunidad de fe para celebrar con alegría la fiesta del Señor.
Esta festividad no está ligada a formas rebuscadas, ni tampoco a la magnificencia de ritos, sino a la autenticidad y alegría de la fiesta. Pongamos mucha atención al número 11 de la Instrucción Musicae Sacrae.
[1] En La música en la liturgia Documentos, Dossiers del CPL 38, Barcelona1988, p. 53.