CANTOS DEL ORDINARIO Y DEL PROPIO

Los propios de la Misa
El ordinario de la Misa
Que cantar: grados de importancia

Para que sepamos de qué hablamos cuando oímos estas expresiones vamos a describir muy brevemente qué significan exactamente y en qué se diferencian unos cantos de otros.
LOS PROPIOS DE LA MISA (Latín: proprium) son los cantos que varían según la fecha “propia” del día en el Año Litúrgico o algún otro evento, como la fiesta de un santo. Contrasta con el Ordinario de la Misa, parte que no cambia según el día. También contrasta con los Comunes, esas partes del Rito que son comunes a algún grupo de santos, como los Apóstoles o Mártires.
Lo constituyen las piezas en que los textos varían de acuerdo a la fiesta o al tiempo litúrgico.

EL ORDINARIO DE LA MISA (Latín: Ordo Missae) es el texto de la Misa que generalmente no cambia. Contrasta con los Propios de la Misa, cantos que cambian durante el Año litúrgico o para una fiesta. El Ordinario se encuentra en el Misal Romano. La Iglesia afirma que el Ordinario de la Misa tiene que ser privilegiado. Su elección debe ser hecha por un período de tiempo bastante largo; si no, asumen la categoría de cantos propios de un día. Así, cada tiempo litúrgico tendrá su música y su “color” si se le reservan sus melodías.
En pocas palabras son los cantos con un texto fijo, independientemente del día o de la fiesta.

En resumen:

QUÉ CANTAR: GRADOS DE IMPORTANCIA
Más importante que la selección ( que claro que es importante) de los cantos para cada una de las partes de la Celebración, es saber en primer lugar, qué partes debemos cantar y cuáles debemos privilegiar. La instrucción Musicam sacram establece tres grados de importancia o de participación que conviene tener muy presente:
«Para la misa cantada, y por razones de utilidad pastoral, se proponen aquí varios grados de participación, a fin de que resulte más fácil, conforme a las posibilidades de cada asamblea, mejorar la celebración de la misa por medio del canto. El uso de estos grados de participación se regulará de la manera siguiente: el primer grado puede utilizarse solo; el segundo y el tercer grado no serán empleados, íntegra o parcialmente, sino con el primer grado. Así los fieles serán siempre orientados hacia una plena participación en el canto.
Pertenecen al primer grado:
a) En los ritos de entrada:

b) En la liturgia de la Palabra:

c) En la liturgia eucarística:

Pertenecen al segundo grado:
a) Kyrie, Gloria y Agnus Dei.
b) El Credo.
c) La oración de los fieles.

Pertenecen al tercer grado:
a) Los cantos procesionales de entrada y de comunión.
b) El canto después de la lectura o la epístola.
c) El Aleluya antes del Evangelio.
d) El canto del ofertorio.
e) Las lecturas de la Sagrada Escritura, a no ser que se juzgue más oportuno proclamarlas sin canto.» (MS 27-31)

La simple enumeración de estos grados nos sirve para comprobar que los hemos invertido completamente o que la Iglesia nos pide que cantemos no lo cantamos y lo que pone en segundo o tercer lugar nosotros lo elevamos al primer puesto, incluso como lo único que se debe cantar. Los ministros son los primeros obligados a cantar las partes que les corresponden mientras que por parte de la asamblea, más importante que el Propio de la Misa son los cantos del Ordinario.
Cuando hayamos entendido y asimilado todo lo anterior podremos coger el cantoral y seleccionar los cantos que vamos cantar teniendo en cuenta todas las indicaciones que ya hemos señalado para favorecer la participación activa de la asamblea. Hacer efectivas estas indicaciones es responsabilidad del Animador del canto litúrgico —a quien la Iglesia confiere la cualidad de ministro—, y del primer animador de la asamblea, el párroco y los sacerdotes. Lo lamentable es que empecemos la casa por el tejado y que, a falta de animadores del canto litúrgico, muchos animadores de la comunidad cristiana —responsables de liturgia, sacerdotes y párrocos—, no le den la debida importancia a todo esto y, por tanto, no transmitan estas indicaciones y prioridades a los grupos y coros que voluntariosamente acompañan nuestras celebraciones a los que al final hacemos responsables de esta falta de criterio músico-litúrgico.
Hagamos un esfuerzo por conocer y hacer conocer la riqueza de nuestra liturgia de manera que podamos sentirnos cada vez más atrapados por esa “emoción litúrgica” que debería desprender nuestras celebraciones y que tanto nos ayudarían a sentirnos más íntimamente unidos al Misterio que celebramos.

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